«Ya no decimos nada si vienen las niñas con minifaldas, escotes o enseñando los hombros», indican desde el claustro de profesores del Instituto Lancia de Enseñanza Superior de León, «si no, nos llaman machirulos». Y así fue como pasó desapercibida la camiseta de Sofía, que dejaba la espalda al aire y un curioso tatuaje que será el protagonista de esta noticia.

Fue un plan cuidadosamente diseñado. Sofía y Eduardo, su novio, fueron a ver a Paco Arias y le pidieron un encargo muy sencillo: tatuar la tabla periódica justo debajo de la nuca de la muchacha. «Uy, no, no. Para nada es lo más raro que me han pedido», nos confiesa Paco Arias. «Una ración de morcilla en el omoplato y un puerto USB aprovechando el ombligo se llevan la palma».

El caso es que por fin llegó el jueves día 10: el día del examen de química. Eduardo jura y perjura que él había estudiado pero «la formulación es que no me entra». Sofía entró en el aula como si nada, aunque ella es de letras puras y ni siquiera cursa la asignatura. Se ató el pelo en una coleta y estiró la espalda todo lo que pudo. Dos horas estuvo la muchacha sin moverse.

«A mí los tatuajes me tienen confundida», se defiende doña Pura. «Antes era cosa de marineros y presidiarios y ponían “amor de madre”. Pero la verdad es que ya me da todo un poco igual, ¿sabes? Es que me jubilo el año que viene y me voy a ver enterita Farmacia de Guardia, que la tengo grabada».

Así pasó desapercibido el tatuaje de Sofía y así pudo copiar su novio Eduardo. «Si saca más de un 7 me ha prometido el abono del Sónar», nos cuenta Sofía. «Pero ya te digo que me lo va a pagar igual, si no ¡de qué voy a ir yo con la lista de los gases nobles tatuada en la espalda!» concluye, sonriéndole coqueta a Eduardo al tiempo que le planta un beso en los morros.