«Cuando me lo contaron no me lo podía creer», nos cuenta un agente.
Los últimos rayos de la tarde iluminaban los tejados de la calle Zapaterías cuando Armando Jaleo entró en la Cantina Canalla sita en la leonesa plaza de San Martín. Apoyó en la barra un estuche de guitarra (sorprendentemente pesado) y se pidió un tequila, «sin sal, ni limón, ni pinches vainas», según nos cuentan algunos de los presentes.
“Contrabando y traición”, uno de los narcocorridos más afamados de Los Tigres del Norte sonaba en la gramola cuando, desde el fondo del restaurante, una voz tronó entre las sombras. «No manes, Armando, ¿cómo te atreves, guandanjón, a asomar las narices por aquí?». Armando Jaleo miró de soslayo y llevó su mano lentamente a su estuche de guitarra.
«Las manos quietas»
El movimiento de Armando no pasó desapercibido al fondo de la cantina. «Las manos quietas, guey», avisaron. Pero esas palabras cayeron en saco roto. Armando Jaleo abrió el maletín, sacó una recortada, y apuntó con ella a los hampones del fondo. No se amilanaron tampoco los dos camaradas y apuntaron con sus 9 milímetros a Jaleo.
Las miradas se aceraron, los dientes rechinaron y se desbocó la frecuencia cardiaca. Pero con los últimos acordes del narcocorrido la tensión aflojó y mientras dejaban de apuntarse comenzaron a carcajearse con una risa nerviosa. Las antiguas deudas parecían saldadas y la calma parecía reinar. Pero no.
Un pedo pudo ser el detonante del tiroteo. El camarero lo niega pero según la policía es el principal sospechoso. Los pistoleros se dieron a la fuga. Por fortuna, no hubo heridos y solo hay que lamentar daños materiales.